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La realidad del campo onubense

  • Jornadas de más de 12 horas diarias todo el año para enfrentarse a un mercado que les deja menos de un 10% de margen de beneficio

La realidad del campo onubense

La realidad del campo onubense / Alberto Domínguez (Huelva)

El campo no puede más. La situación de los agricultores es límite. Las movilizaciones por la situación del mercado y los precios que asfixian al campo español han tapado las calles y carreteras de España. La agricultura no se sostiene así. El 5 de marzo saldrá a las calles de Huelva a gritarlo. La realidad del campo onubense se repite en todo el país, jornadas inacabables, un día tras otro y unos márgenes de beneficio a veces irrisorios y otras por debajo de coste.

Es el caso de Antonio Jesús Pérez, un joven agricultor de 35 años de Bonares que lucha cada día por sacar adelante su futuro y el de muchas familias que dependen de su explotación. Sin mirar el reloj, sin mirar el calendario, siempre pendiente y con el teléfono en la mano. Siempre suena.

La jornada de Antonio Jesús comienza a las 7:00. Es la única hora fija que tiene una jornada que sabe cuando empieza, pero nunca cuando acaba. Y así 365 días al año con escasos ‘descansos’ en los que un ojo siempre está puesto en el campo y el otro en mil sitios a la vez. Es la realidad de la agricultura, un sector que ha dicho basta ya.

La realidad del campo onubense. La realidad del campo onubense.

La realidad del campo onubense. / Alberto Domínguez (Huelva)

Antonio Jesús cuenta con 15 hectáreas de frutos rojos en el Condado de Huelva. Están repartidas entre los términos de Almonte y Rociana del Condado, tiene una nave para el almacenaje y distribución en Lucena del Puerto y el domicilio en Bonares. En un círculo de apenas 15 kilómetros pasa los días. “Hago una media de 800 kilómetros en coche a la semana y no salgo de aquí, pero es que a pie no bajo de diez diarios por el campo”, señala. “No hay mejor gimnasio”, bromea. El teléfono suena. Uno de los clientes confirma un pedido.

Siempre pegado al teléfono, recibe una llamada de trabajo cada quince minutos

La suya es una producción mediana, similar a la de la mayoría de los agricultores que en la provincia se dedican a los frutos rojos, pero aplicable “a los compañeros que en otros sitios viven de los cítricos, del algodón, el tomate o el arroz. El problema del campo no afecta a un producto, es mucho más grave y profundo”. En sus 15 hectáreas trabajan 45 personas en la recolección y una veintena más en la manipulación de la fruta. En temporada máxima “rondamos las 100 personas trabajando, 100 familias”. Es la realidad extrapolable a toda una provincia que exporta más de mil millones de euros anuales y en la que se explotan más de 11.000 hectáreas de fresas, frambuesas, arándanos y moras. Es el 10% del PIB onubense que en algunas comarcas roza el 80%. Unos 100.000 puestos de trabajo genera la campaña agrícola, de los que 15.000 son marroquíes con contratos en origen, y más de 6 millones de peonadas, señalan fuentes del sector. El teléfono suena. En la gestoría hace falta la documentación de uno de los nuevos jornaleros.

Antonio Jesús llega al campo con la primera luz del día. En verano su jornada arranca antes incluso para evitar las horas de más calor. “A las 5:00 de la mañana salgo”, señala. La suya es una labor indefinida, la del hombre orquesta que está en estos lados para que la maquinaria funcione. Los jornaleros cogen sus carritos con sus cajas, enfilan sus lomos y comienzan a coger fresas, frambuesas o lo que toque. Él revisa que cada persona esté en su sitio, reparte los pedidos entre los encargados para que cada cual sepa en cada tajo hasta donde hay que llegar y cuando ve que todo funciona, empieza su particular maratón. El teléfono suena. Uno de los encargados necesita que le aclaren la cantidad y la variedad que toca hoy.

La realidad del campo onubense. La realidad del campo onubense.

La realidad del campo onubense. / Alberto Domínguez (Huelva)

Los jornaleros trabajan de 8:00 a 15:00 con media hora de descanso para comer. En ese tiempo el recibe una llamada “cada quince minutos y a veces más. Ayer tuve 73 relacionadas con el campo. Siempre hay algo. La única personal que hice fue para decir que iba para casa a comer pasadas las cuatro de la tarde. Los whatsapp mejor ni contarlos”. No sorprende que el móvil “lo cargue dos veces al día y me dura un año”. En esas siete horas “voy cuatro o cinco veces de una finca a otra, otras tres o cuatro a la nave de almacenamiento, programo el regadío, vigilo que los tratamientos del agua sean los necesarios, atiendo a clientes y proveedores, cargo cajas, cojo fresas si hace falta o coloco tarrinas...”. Cuando por fin respira y mientras el riego programado hace su trabajo “me voy a la pequeña oficina que tengo en la finca para hacer albaranes, completar facturas o enviar documentación a la gestoría. El único momento del día en el que me siento es cuando arreglo papeles entre huecos”. El teléfono suena. En el almacén preguntan por la hora a la que llegará la fruta.

En un triángulo de apenas 15 kilómetros suma más de 800 a lo largo de la semana

Antonio Jesús tiene muy claro que “el día 5 iré a defender lo mío, a manifestarme porque no podemos más”. Acudirá a la marcha convocada por Asaja-Huelva y Cooperativas Agro-alimentarias a la que se ha sumado Interfresa porque “o nos dan una solución o no hay futuro y son muchas familias las que dependen de nosotros”. Denuncia “competencia desleal de la fruta que viene de fuera como Marruecos, de países en los que no se pasan controles y en los que se produce por debajo de nuestro coste”. Una situación que “deben resolver los políticos, las administraciones que son las únicas que pueden exigir en Bruselas controles para la fruta de fuera y marcar una regulación de precios que defienda a los agricultores, que no nos deje en manos de proveedores y grandes superficies. Los mismos que se acuerdan de nosotros para las fotos y las campañas deben dar la cara ahora por el campo”. Asume que el sistema “está montado así y todos los eslabones de esta cadena tienen que ganar para comer, pero no puede recaer el mayor peso sobre el productor y que el margen crezca según vamos subiendo. No es justo”. Calcula que su beneficio “es menos del 10% del precio de un kilo de fruta”. El otro 90% “son gastos de personal, materiales, transporte, impuestos en cada paso que damos, la parte de las distribuidoras o el vendedor final”. Los agricultores “somos los que producimos y los que menos ganamos aquí”. Los costes de la campaña “los cubrimos con lo que facturamos hasta mediados de marzo o primeros de abril y de ahí hasta el final de la campaña es el margen que nos queda. Los años que terminamos en junio nos quedan dos meses para nosotros y los que se corta a medios de mayo por el clima o el mercado nos toca ir al banco a pelear y refinanciar. Vivimos en una línea de crédito sin fin”. El teléfono suena. Hay que pasar la ITV de un vehículo.

La realidad del campo onubense. La realidad del campo onubense.

La realidad del campo onubense. / Alberto Domínguez (Huelva)

A media mañana parece que el día está controlado. Hay que responder a las peticiones, etiquetar en función de cada cliente, repartir la carga por variedades y tenerlo todo listo porque a las 17:00 llegan los camiones para que la fruta de Huelva esté al día siguiente en los mercados de toda Europa. Ni siquiera entonces descansa porque “no es la primera vez que sale un camión y recibo una llamada porque un pedido hay que modificarlo o el camionero se encuentra mal tiempo, un corte o cualquier incidencia. Nunca paras”. El teléfono suena. La empresa de transporte necesita una aclaración.

Si le preguntan por vacaciones o descansos, Antonio Jesús sonríe resignado. “La última vez que me fui una semana de vacaciones fue en 2011. El verano pasado estuve unos días en Lisboa con mi novia, pero pendiente al móvil”, lamenta. De la salud “mejor ni hablar porque me he llevado dos semanas con lumbalgia y aquí”. La realidad son “siete días a la semana y sin festivos porque la planta no sabe si es Navidad, Reyes, Año Nuevo o el Viernes Santo... Los días que no se coge hay que venir para controlar el riego o estar atento a través del móvil para que nada falle”. Un error “puede reventarnos la campaña y entonces nos espera la ruina”. El teléfono suena. El encargado confirma el final de la tarea del día.

Pero a su jornada le queda todavía la mitad. Comerá “casi a las cuatro y es una alegría porque lo normal son las cinco o las seis de la tarde”. Terminará rápido porque “tengo que volver al campo, al almacén y aprovecharé la tarde para rellenar los nuevos contratos de los trabajadores, revisar los pedidos de mañana y planificar lo que hay que coger, dónde y de qué variedad”. Con suerte quizá llegue a casa “con luz del día, aunque pocas veces lo consigo”. Han pasado las 20:00. El teléfono suena. La fruta está en carretera.

La jornada termina “cuando acabo, que unos días son las diez de la noche y en plena campaña pueden ser las dos de la mañana cuando sale el último camión”. Solo entonces se permite “un mínimo de relajación”. El teléfono ya no sonará más por hoy. Cuando lo vuelva a hacer será dentro de siete horas. Ha sido un día tranquilo.

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